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Mañana en la Vega Central

La Vega Central, en el corazón del barrio santiaguino de Recoleta, es el mercado más importante de Chile. Todo lo que se produce en el país sudamericano se encuentra en sus aproximados 6000m2 que conforman una de las experiencias vitales para todos los que aterricen el Santiago de Chile.

La Vega fue mi excursión semanal durante toda mi estancia chilena. Cada sábado, con pocas excepciones, me perdía entre los más de 800 establecimientos de este epicentro comercial donde los colores de la frutas y las verduras se entremezclan con los olores de la cocina popular. Aunque reconocida internacionalmente, La Vega tiene que hacer frente a los estereotipos locales y a una gran parte de la ciudad que prefiere desentenderse del desbarajuste de un recinto abarrotado. En La Vega se elige el producto, la compra se personaliza con el tendero y se olvidan los automatismos de los pulcros, desangelados y apáticos supermercados.

Con los recuerdos de las buenas mañanas de mercadeo y mi nostalgia santiaguina, hoy añado a mi lista de colaboraciones a los amigos de La Línea del Horizonte. Me estreno en su blog con una visita melancólica a La Vega y paseo de nuevo por sus pasillos cargados de sacos de patatas, mallas de naranjas, cajas de tomates y pimientos, cortes de vacuno para un asado y contenedores de salsas de ají.

Esta visita a La Vega puede leerse completa en La Vega, el corazón de Santiago de Chile

Uno de los pasillo en La Vega Central

Uno de los pasillo en La Vega Central

 


Hoy te invito a carretear

Los canallas siempre se esconden en la noche. “Con tinto señor, con tinto” repite al mesero para que no se le olvide a lo que vino. Escucha con la mirada perdida mientras se alisa la barba amarillenta por el tabaco y tras la retahíla de su interlocutor maldice al sistema político y económico del país.  Cuando el sol despunta paga la cuenta y se abriga. Compra El Mercurio para la ficción de cada día y desayuna una hallulla de palta y pavo mientras va camino a casa.

Atrás quedaron los tiempos de dictadura y toque de queda. Cuando los hombres eran fantasmas escondidos entre la espesa nebulosa de humo de los locales en contra de la ley. El Rincón de los Canallas fue uno de ellos y todavía hoy se pueden ver los mensajes subversivos en sus paredes y en sus mesas.  Don Víctor Painemal Ramírez, canalla número uno,  continúa regentando el bar donde las prietas, el pernil, las longanizas o el costillar forman parte de un menú con nombres tan agitadores como guerrillero, atentado o terrorista.

A pocas cuadras de la Estación Central se encuentra El Hoyo, una de las picás más familiares de Santiago que ha sabido exprimir su historia para convertirse en la casa de muchos santiaguinos. Sin embargo, sus precios bailan en el alambre de lo que caracteriza a una picá aunque nadie se muere por una lengua en el hoyo.

José Miguel Mendoza en su negocio, El Quitapenas

Junto al cementerio municipal, José Miguel Mendoza moja pan amasado en el cuenco de ají. Se sienta con los habituales y sirve a cualquiera, como las prostitutas. En su negocio del 1485 de la avenida de Recoleta han ido a parar Parra, Vargas Llosa o el actual presidente chileno Sebastián Piñera.

El Quitapenas vive desde 1990 de las desgracias de los demás. El señor Mendoza, actual propietario, sólo lleva 18 al frente de la picá más futbolera de Santiago aunque ya sabe lo que es vivir de la muerte. En este local donde se fraguó la fundación de Colo Colo las paredes fueron el abrigo y el jugo de los que antiguamente formaban los cortejos fúnebres hasta el campo santo.  Para rebajar el pesar, el establecimiento servía terremotos y un delicioso pernil que continúa siendo el plato principal de su carta. Cuando cierra el cementerio, El Quitapenas echa el cerrojazo y hasta el día siguiente si Dios quiere.

A esa misma hora en La Piojera se pasea un payaso que de mesa en mesa ofrece distintos globos de varias formas. Los coloretes de la clientela ya están enrojecidos como queriendo competir con los del mimo que ni bebe. A rebosar de extranjeros y de gente joven que se mezcla con los veteranos del lugar, La Piojera es un mar de pipeño y helado de piña que se derrite en los vasos de plástico. Cuando las mujeres parecen más guapas y los hombres son más repugnantes, el local agota sus últimas empanadas de pino y poco a poco el personal enfila la salida del palacio popular.

Abandonado el popular la borrachera continúa en otro Palacio, el del Terremoto. Tras un paseo por las calles de Santiago, cuando se divisa la Casa Central de la Universidad de Chile ya la boca seca pide fiesta. En la calle San Diego 236 se encuentra Las Tejas, local perteneciente a la familia Lira Durán y donde su sándwich de pernil puede revivir hasta al más dormido. Cobijo para muchas bandas locales, en Las Tejas el ambiente no es tan agresivo para las féminas cansadas de la labia nocturna de los solitarios.

El Hoyo tiene buena chicha, y terremoto, replicas tambien

Fachada de El Hoyo / santiagonostalgico

Tras la dictadura, Chile necesitaba salir a la calle y despertar. Así nacieron las picás, lugares económicos donde sociabilizarse disfrutando de la rica cocina chilena y con un buen trago con el que aclarase la garganta.  Bueno, bonito y barato era lo primigenio de estos locales que auguraban el carrete hasta que el vino se acabase.

Con el tiempo, estos negocios han engrandecido el patrimonio de la ciudad de Santiago de Chile aunque existen casos en los que el concepto de bar de barrio se ha transformado. Su esencia popular se ha resentido al volver la cara al visitante. A pesar del desborde de extranjeros que buscan una experiencia genuina, las picás son una visita obligada y conforman un escaparate para contemplar la nostalgia de la sociedad chilena, una bohemia extinta que busca conversación en la barra de los bares.


Recuerdo

Hace un año Lisboa me saludaba. Llegaba en tren desde Faro y tras Setúbal el ferrocarril fue engullido por una colina en la que se alza el Cristo Redentor.

Ahí, en las alturas del Tajo gracias al puente 14 de Julio, se puede observar una panorámica perfecta de la capital portuguesa.  Días antes había terminado Lisboa de Pessoa por lo que me disponía a navegar por su ciudad a la que volvía 3 años más tarde de mi primera visita.

Ahora, melancólico, escribo desde el doceavo piso de este bloque de oficinas junto al metro Escuela Militar. En Santiago de Chile llueve y hace frío.

Desde mi nuevo puesto de trabajo observo la cordillera nevada y me asumo en mi tarea diaria que finalizo de manera autómata. Los grandes ventanales me invitan a saltar para caer en Bairro Alto una noche de junio. Con sus bares y sus fados. Con su contrabando y sus mujeres.

Hace un año me perdí por Alfama con el regusto todavía de haber disfrutado una semana en la Toscana. Ahora vuelvo a casa paseando por la orilla sur del sucio río Mapocho.