Pastrami, un orgasmo culinario

Bocata de pastrami. KATZ´S DELICATESSEN

Era septiembre de 2008.
Tras pasar el verano trabajando en una cafetería hacía realidad mi sueño americano y aterrizaba cargado de emociones a Nueva York. Durante mi estancia de 3 semanas hice buenas migas con Florence (Flo desde el primer día), una joven belga de un par de años mayor que yo. Estudiábamos inglés en la misma clase en una escuela cercana al Madison Square Garden y un día me prometió una cena sencilla pero espectacular.

Le tomé la palabra y unos días después me guió por el Soho hasta que nos adentramos en el Lower East Side. Me mareó por distintas calles como si no supiera donde iba, como queriendo atrasar el momento de llegar al 205 de East Houston Street. Katz´s Delicatessen. Este famoso «deli de calidad» abrió sus puertas en 1888 y es toda una insignia de la ciudad de Nueva York ya que incluso mantiene la fantástica opción de que la chica envíe salami u otra carne a su novio que está de servicio en el Ejército.

– «Pastrami. Ni lo dudes. Y con mostaza», dijo Flo.
–  «Pero es que a mí la mosta…» y fue ahí cuando el camarero me interrumpió y dijo algo así como que aquella mostaza no era como esa basura inglesa. No me negué.

El pastrami es una carne de ternera cruda conservada en salmuera. De origen judío, este delicioso bocado, que surgió como un método de preservar la carne durante mayor tiempo, es la especialidad de uno de los delis más antiguos de la ciudad. El pastrami se sirve en finas lonchas con pepinillos y mostaza entre dos buenos trozos de pan. Nada de mayonesa. Te lo advierten y en caso de pedirla te avisan que es bajo tu propia responsabilidad y es que puede arruinar por completo el sabor de esta carne ahumada y mechada con granos de pimienta.

El hábito consumista implantado por los supermercados ha hecho que puedas consumir un pastrami curado en 36 horas mientras que el de Katz´s se mantienen en un proceso de 30 días. Ahí la diferencia.

Esa noche saboreé uno de los mejores bocados que mi paladar recuerda y no era un plato nada sofisticado como los que días antes Flo y yo habíamos disfrutado junto a nuestros compañeros de clase en un restaurante thai del Upper West Side. Esto era un bocata. El primer bocado fue cósmico.  Lo devoré saboreando cada mordisco. Definitivamente el clímax culinario se acercaba cuando llegaba al final.

Curiosamente Flo y yo, rodeados de mesas semi vacías y neones, nos sentamos debajo de un letrero donde podía leerse «Aquí se grabó Cuando Harry encontró a Sally«. Recordé la famosa escena en la que Meg Ryan enseña a Billy Crystal cómo una mujer finge un orgasmo. «How do you know they really…? […] Most women one time or another have faked it.» Casualidades o no, esa idea se cruzó en mi mente que asentó la posibilidad de tener una experiencia tan placentera comiendo uno de esos enormes bocatas. Incluso en la misma escena, la señora que va a pedir su comida tras el «recital» de Ryan apunta que tomará lo mismo que esta, por lo que sí que hay algo de éxtasis en el pastrami.

Por algo más de $15, 14 en aquella ocasión, cualquiera pueda darse el gusto de comer una deliciosa carne en uno de los sitios más recomendables de toda la Gran Manzana. Como leí recientemente en algún blog de cocina, «La comida tiene una carga de erotismo brutal» y doy fe de que  saldrá contento del local porque lo de llegar al orgasmo gastrónimico en Katz´s no es fingido.


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