El compositor gaditano recibe el Premio Nacional de las Músicas Actuales 2017 gracias a “la calidad de su larga trayectoria desde la independencia y coherencia artísticas”
Llueve. El cielo berrea y el muchacho va tocando las palmas como si no se empapara. Va a ritmo de unas bulerías de Javier Ruibal que le recuerdan que lleva mucho tiempo fuera de casa. “Tormenta de verano dicen que eres / mis amigos, mis miedos y mis mujeres”. Y se le despierta la sangre dormía. “El invierno que viene yo estaré contigo”, se promete.
En ese viaje relámpago al sur, el muchacho encuentra resguardo en una Londres abarrotada de nubarrones. Cuando más echa de menos el sol color butano reventón, Ruibal responde a la llamada. De tocayo.
El cantautor gaditano (El Puerto de Santa María, 1955) ha sido recientemente galardonado con el Premio Nacional de las Músicas Actuales de 2017. El jurado ha destacado el desarrollo “de un lenguaje propio que ha influenciado a artistas de varias generaciones”. Y es que Ruibal lleva desde pequeño guardando versos en su librillo. Con ocho años se abrazó a la guitarra y abrió las orejas. Iba del flamenco a Jimi Hendrix, The Rolling Stones y The Beatles. A Mike Ríos y a Kiko Veneno. La amalgama creó un infinito sonoro en la cabeza de un chaval que ya sabía que quería ser músico. Era una España gris y Ruibal perseguía el color de un cuadro de curas y censura. “Quería escapar de la realidad circundante y la única manera que había era con la guitarra”. Y pum, pum, pum.
Lo que sonaba transformó a ese niño en el autor de hoy. Letras, sonidos y bailes de ida y vuelta. Flamenco, jazz, rock y pop. Y alguna letrilla de carnaval. De Andalucía al Caribe. A Arabia, a India y a Manhattan. Su música no entiende de fronteras y el compositor coloca acordes intuitivamente para convidarnos a un paisaje, a un aroma. Sus letras sudan inmediatez y cogen desarmado al transeúnte que acaba preguntando por el tema que acaba de sonar.
Pero el verso poético se alivia con lo cotidiano y así lleva más de 35 años en los que se ha hecho una trayectoria basada en el canto al “amor traducido de mil maneras” . Escribe “pequeños artefactos artísticos que saltan la barrera entre la intelectualización de lo que se cuenta y el sentimiento popular. Liviano, que llegue y que toque”. Y de ese manojillo de canciones el público elige, en un pacto maravilloso, las que forman parte de sus vidas, sus viajes y sus sueños. Porque “al margen de que uno vaya entregando canciones nuevas, todo el mundo viene a escuchar su favorita. Y por consideración, a cambio de escucharla, te acepta todas las demás”.
Ruibal es un contrabandista de sonidos. Regatea a las discográficas que no saben dónde ponerle. Paco Lobatón encontró su álbum “Pensión Triana” en la sección de salsa de unos grandes almacenes de Valencia. Un despiste para los expertos de las etiquetas. Al andaluz, “de cierta glotonería musical”, le gusta estar en todos los banquetes y si hay un guiso de papas con chocos mejor.
El anhelo por mejorarse hace que sus composiciones no estén basadas en una estructura musical sencilla. “Yo creo en la libertad individual y las unanimidades me parecen peligrosísimas. Yo quiero que cada cabra tire pá su monte”, dice. Esta orgía sonora le permite acoplarse a distintos formatos en directo. Tanto en acústico, acompañado por los Glazz o junto a una orquesta sinfónica. Ruibal se atreve y encuentra acomodo. Permanece, trasciende y pide salud e imaginación.
Universo ruibalí
El año pasado Javier Ruibal cumplió 35 años de levantera y decidió montar una juerga. Cuatro noches de “fantasía y belleza” en la Asociación Aires de Cádiz para 150 personas. Nada de grandes despliegues sino un “escenario con bombillitas de colores y con reminiscencias a una verbena”. Su hijo, Javi Ruibal, se encargó del homenaje que ha dado lugar al nuevo trabajo del cantautor. Una recopilación de sus temas rodeados de amigos como Kiko Veneno, Martirio, Miguel Ríos, Carmen Linares o Jorge Drexler. Para los nuevos, una oportunidad de acercarse y conocer un músico risueño y melancólico. Tunante. Callejero y reivindicativo. Una muestra de todo el imaginario ruibalí que se cimenta a base de un corazón siempre dispuesto al amor.
En la vereda del deseo, Javier Ruibal, camina al revuelo de una falda. Para hablar con las damas lleva guardado un beso de reserva por si acaso. Se sabe algunos cuerpos de carrerilla pero advierte que “a la mujer primero hay que mirarla como ser humano”. Entre la cursilería desterrada y la testosterona rampante, halla el término medio para “hablar de un amor visto más desde un lado femenino”.
No canta a las ambiciones sexuales sino a unas mujeres con “las mismas dudas e inquietudes y que esperan de la vida las mismas cosas” que los hombres. El del Puerto, cazado en alguna noche por desamarrar el extinto vaporcito para sus veladas románticas, regala a las mujeres unas letrillas que las mantienen en vilo. De Cádiz a La Habana o de Maracaibo a Mombassa. Ni se va del todo ni se queda para siempre. El ave del paraíso se cansó de sus milongas y Javier decidió sacarse el carné de piloto. Un capitán muy cariñoso que fleta vuelos de ida y vuelta a la luna. Y a Isla Mujeres, donde cantó el 22 de septiembre en uno de los momentos mágicos de su trayectoria.
El canto de guerra de los ruibalíes, lelerellelle, se ha convertido en un himno en la isla mexicana donde el cantautor nunca había estado. “Cuando uno escribe una canción no sabe adónde va a llegar o a quien le va a tocar el corazón”. Ruibal ha ido, y nos ha llevado, a vagamundear con unas letras que buscan la palabra precisa en el momento oportuno. “Ese el camino que tiene que seguir el que se dedique a comunicar emociones, inquietudes o incluso pactos de rebeldía”. Caminante, sin embargo, vuelve al sur. Que tiene al sur otra frontera. “Siempre hay otra barrera. Hay versos de amor y versos sobre que seguimos limitados a estas fronteras que alguien pone y que sólo el amor las separa”.
“Ven contra la soledad / Ven contra el mal pensamiento”. Cuando la sociedad se deshila por el “todos van a lo suyo que yo voy a lo mío”, el compositor gaditano reivindica más horas de besos en la lucha contra el egoísmo. La desconexión entre la enseñanza de las nuevas generaciones y una realidad envenenada le lleva a preguntarse “¿para qué sirve preparar tanto a la gente en las escuelas y universidades cuando todo lo de fuera es una basura?”. Batido por el despropósito, se siente huérfano en el país de la picaresca donde ganan los nuevos ricos y los rateros. Aquellos a los que “se les llenaba la boca hablando del pueblo” aparecen en la lista de mangantes. Los de la cara de cemento se beneficiaron del consentimiento social y lo que se llevaron “no son las uvas del lazarillo sino millones de euros”.
Para el marrullero que todos tenemos dentro siempre está el carnaval de Cádiz. Pregonero en 2009, el Ruibal de febrero se pinta los cachetes de colorao. Es un tipo que saca sus miedos y su yo tímido para presentarse desnudo. Una ocasión anual para “que ridiculicemos nuestro yo pretencioso, que se cree que habla con elocuencia, y para darnos cuenta de que no somos nada. Que somos fruto de una casualidad”.